HISTORIA DE UNA MUÑECA, UN ABRAZO Y UNA PUERTA
Una muñeca de trapo vieja y usada. Sucia y roída. Eso era yo, o al menos eso veía al mirarme al espejo.
Yo era la muñeca que seguiría usando hasta encontrar una mejor. Nunca quise ser usada, no de esa forma. Si tan sólo hubiera habido la más mínima muestra de afecto… Pero no, los abrazos no eran abrazos y los besos nunca existieron. ¿Por qué besaría un calcetín usado?
Cuando el chico le miró con ojos fríos y le tendió una mano, ella no se resistió. Como una autómata, la niña de trapo se levantó de la silla y siguió al chico hasta su oscuro cuarto. En la penumbra distinguió la cama, igualmente, ya sabía dónde estaba, había hecho eso más veces.
Su mente estaba nublada, los pensamientos no terminaban de definirse, sólo sabía que tenía que dejarse hacer. Tenia que esperar tumbada sobre la cama, boca arriba y con las piernas abiertas, las braguitas con dibujos en el suelo caídas, sólo tenía que esperar a que él terminara. El sobrio techo era un apasionante entretenimiento en esos momentos. Al menos podía aferrarse a la espalda de él, abrazar con sus manitas su ancho cuerpo y oler el perfume de su ropa. En esos momentos sólo le quedaba olvidarlo todo, todo menos ese abrazo. Abrazo existente para ella, él ni siquiera lo veía como tal. Pero a ella sólo le quedaba imaginar que todo era diferente. Soñaba con que algún dia, si ella seguía haciendo las cosas bien, él la querría, y que todo eso dejaría de doler. Se suponía que eso era algo que tenía que disfrutar, aunque sólo le dolía inmensamente y nunca tocaba lo que añoraba. Pero quizás el amor lo convertiría en placer. Quizás, si ella era buena, aguantaba pacientemente y le complacía, él algún día la querría.
Cerró los ojos y lloró en silencio.
Ahora siento que esa niña está ya muerta, se pudre en un rincón oscuro y espeso de mi interior, en ocasiones me parece que puedo olerla. Me siento una ladrona de cuerpos en un cadáver hueco. Un parásito en medio del sufrimiento de otra alma. En ocasiones la soledad se siente como crustácea corteza creciendo en mi espalda y el contacto humano es lo único que me separa de ese infierno helado. Pero hoy en día hay escasez de abrazos.
Quizás por eso vi el sexo como única excusa para sentir el contacto humano. Me hacía sentir viva, y eso era maravilloso. También alguien me estaba viendo como algo en lo que invertir su tiempo, eso se sentí agradable y me ayudaba a validarme.
Quizás mi falta de autoestima me llevaba a buscar constantemente la aprobación ajena. Necesitaba que me dijeran cosas buenas para creer que valía la pena. Pero el sexo era sólo eso, sexo, algo tan hueco que subrayaba la sensación de eterno vacío. No se consigue amor con eso. Toda muestra de afecto era una moneda que creían necesaria para que satisfIciera sus deseos. Es tan sólo una forma más de engañar a la mente.
Yo había integrado en mi pensamiento que era un ser inquerible. Un «condón usado», una «colilla» ahogada en un charco, algo inservible.
Esta tóxica planta comenzó a crecer cuando iba aquella niña al colegio. Entraba con una sonrisa y el polo blanco limpio, salía con una sonrisa sobre rostro cansado, tenso, y el polo salpicado en sangre. Nunca dejaba de sonreír pues en algún lugar de su pueblo sus primos eran felices, y sabía que estaría allí en vacaciones para sonreír con ellos. Y así transcurrían los días más felices de mi vida. Sin vivir el presente la mayor parte del año, pensando en los momentos en los que sí merecía la pena vivirlo.
La toxicidad vegetativa crecía por dentro de mis entrañas, convenciéndome de que yo merecía ser maltratada, era el orden de las cosas y la realidad. Yo era aquella niña fea con «cara de niña del exorcista» como en el colegio siempre me decían. ¿A qué podría aspirar yo?
Me aferraba con fuerza a la vida en el pueblo, con mis primos, con quien siempre era feliz… Pero ellos eran 4 años mayores que yo y la adolescencia les llegó a su debido tiempo. Pude ver como poco a poco esa cercanía que teníamos se iba perdiendo. Uno de ellos había sido siempre el hermano que nunca tuve, convivimos juntos temporadas compartiendo cuarto, el amor que tenía por él era lo más puro que había sentido. Era mi hermano mayor, mi eterno protector. Pero él también con la edad se distanció y su cariño desapareció. Hasta que encontró algo que aprovechar de mí. Me convertí en un objeto de prácticas.
Tenía sólo once años y al principio sólo me podía negar a todo, llorar y quejarme ante sus extrañas peticiones. Pero el rechazar satisfacer sus deseos significaba un vacío profundo y la soledad más absoluta. Perder uno de los pocos pilares de mi vida, pilares ya tambaleantes. Por lo que poco a poco fui dejándome hacer, perdiendo trocito a trocito la luz y el calor de mi ser. Una margarita a la que un joven arrancaba los pétalos sin pensar en su muerte.
La vida se hizo un infierno ya en todas partes, fuera donde fuere sólo hallaba oscuridad. Sólo me quedaban delirantes fantasías en las que mágicamente mi «príncipe azul» dejaba de tratarme con brutalidad y empezaba a quererme. Todo estaba mal pero algún día todo estaría bien si seguía siendo una «buena chica». Y no debía decirle nada a nadie pues le estaría haciendo mucho daño a él, además, ¿quién me iba a creer? La muerte comenzó a ser una ventana en una habitación sin puerta aparente.
Y cuando mi vida dejaba de tener sentido la vida de otros se convertía en un faro en medio de la tempestad. Sí, yo creía que estaba construyendo mi vida junto a otras personas pero lo único que hacía era disponerme como un decorado en la vida de otros. Quizás yo no era feliz con nada de lo que ocurría, quizás yo lloraba todas las noches al darme cuenta de que él todavía nunca me había besado, me había robado algo que ni siquiera es más que un concepto pero que siempre me habían dicho que me debía de importar. Perdí la fantasma virginidad sin ni siquiera haber dado mi primer beso. Y eso era algo que me destrozaba por dentro. A una de las pocas amigas que tenía le contaba que él y yo nos dábamos besos, quería creer que si lo repetía una y otra vez me lo creería y cuando pasaran esas cosas podría pensar «no me besa ahora, pero lo hizo una vez». Y así una y otra vez. Quizás yo estaba odiando mi vida cada vez más, tomando decisiones que no quería tomar sólo por otra persona, quizás yo misma me estaba vaciando por dentro con un formón oxidado. Pero pensar en que le hacía feliz a él me hacía sentir realizada. Pensar en que haciendo eso al menos podía tener su atención. ¡Guau!, alguien quería verme y prestarme atención. Así me sentía deseada, ser una pieza importante en la vida de alguien daba sentido a mi vida. Porque a mí me había dejado de importar lo que yo misma quería, así que por no escuchar mis deseos, no quería nada, y por no querer nada no me quería ni a mí misma.
Y él se convirtió en una esfera de pesada gravedad y yo en su orbitante satélite, estuviera donde estuviere mi vista se clavaba en él.
Y así fue como me hice a la corrosiva manía de convertir personas en el centro de mi vida.
Años después tuve un novio que parecía ideal, me aferré a la esperanza fantasma como a un clavo ardiendo. Cuando aparecían cosas que parecían dañinas simplemente las ignoraba e intentaba pensar en otras cosas. Llegué a convencerme de que todo daño era un malentendido o incluso imaginaciones mías (autoconvencimiento que él apoyó con gusto). Porque necesitaba que por una vez fueran las cosas bien, quería sentirme querida por un vez en mi vida porque eso le daba sentido. Necesitaba esa protección que te da el abrazo de quien te ama. Necesitaba sentir que alguien me veía, me pensaba, que para alquien merecía la pena gastar su tiempo en estar a mi lado.
Pero no, todo estaba mal y las heridas sólo se hacían más y más profundas. Mi cuerpo intentaba expulsar el veneno pero sólo me desangraba más y más.
Y volvió a pasar.
Me vi con las muñecas esposadas en una situación que habría de ser deseada. Y me vi brutalmente castigada por no querer seguir teniendo relaciones sexuales como él deseaba, y una vez más no pude pararlo. Pude ver otra vez aquellos ojos de monstruo ante su débil presa. Y daba igual cuanto llorase, o que intentara huir a rastras, o que me hiciera sangrar… Hasta que me llevó al límite no paró… ¿Y después? «Lo siento pensaba que estabas actuando» y se puso a llorar. Yo sólo pude decirle que tenía miedo. Que se ha había convertido en mi primo. Y él se sintió altamente ofendido.
Con tal de no creer que había vuelto a pasar, acepté sus excusas.
Y así una y otra vez, resistiendo las hostias por recibir las caricias después sobre la herida. Una puñalada por un trozo de caramelo, quizás un día te lo den entero, puede que hasta te lleven al reino de los dulces si eres paciente. Quizás ese reino no existe simplemente.
Cuando ese día el supuesto novio que tanto me quería me forzó a tener sexo anal pese a mis llantos y gritos, cuando me rompió hasta hacerme sangrar… al terminar sólo supe aferrarme a su excusa «pensaba que estabas actuando» y a su terrible mirada de corderito degollado. Todavía no me creo que volviera a ocurrir.
Porque era más sencillo creer que había sido un malentendido antes de pensar que una vez más habían forzado, violentado y sometido. Y que yo sólo pude gritar y llorar. Que una vez más había comprado un ilusorio amor con mi dolor y mis lágrimas. Y allí habría seguido, puñalada por granito de azúcar, por un imperceptible polvo dulce.
Aquél novio me dejó porque yo no aceptaba sus reglas, porque empecé a agitarme en sus grilletes. Una vez más, porque pareció no ser suficiente, me volví a enganchar de un chaval con el que nunca tuve nada y al mismo tiempo lo tuve todo. Nunca he querido tanto a alguien, pero de alguna forma siento que es la persona que más cerca ha estado de quererme. Pero otra vez era una persona enferma. Se iba y volvía, como una luciérnaga mortecina… Me daba y me quitaba. Y la última vez que vino, hace unos días, pensando yo que era sólo un fantasma de mi pasado, volvió a hacerme daño.
Yo sólo quería terminar de ver una película con él. Todo iba bien… Pero entonces… Me volvieron a forzar. Una vez más. Y esta vez al menos lo pude llorar, ¿y quién lloró al final? Él, por supuesto. Pobrecito que ha tenido la terrible fortuna de vivir siendo un monstruo. Pobrecito, consolémosle. No le recordemos lo que ha hecho, que se come el tarro.
Esta última vez ya me ha hecho perder toda estima que le tuviera (al parecer empiezo a entrar en razón, quizás simplemente pierdo las esperanzas). Ha estado todo dispuesto a la perfección.
Días antes de que volviera él a mi vida salí de fiesta. Me aburría en la discoteca y buscaba cualquier excusa para salir, así que cuando un chaval con el que estuve bailando y nos besamos me dijo que si le acompañaba a fumar fuera yo accedí, para hablar, yo no fumo. Me quería librar del ruido atronador.
Pero me llevaba donde no había nadie, y me extrañó, pero qué sé yo, yo me canso rápido de las multitudes… Pero estaba su amigo esperando. Y me intentaron forzar entre los dos. Pero esa vez no me quedé parada. Estaba dispuesta a matarles con tal de que no volvieran a hacer daño a nadie más. Por esa vez y por todas las anteriores. Les pegué, les reventé, les pegué mucho. Una presa hidráulica sin sistema de drenaje, llena de grietas en el hormigón.
Al menos con ese chico al que tanto ame, días después, no me puse violenta. Pensé que no me sabría controlar si volvía a pasar, pero al parecer, cada vez tomo mejores decisiones… Es algo bueno, ¿no?
A veces me siento terriblemente sola, desearía no necesitar apoyo de ninguna clase y que yo misma me bastase. Poder abrazarme a mí misma y que no se sintiera como si me arrancase la piel con mis uñas, tal y como descarno mis dedos con los dientes por pura ansiedad. Pero todavía algunas noches me encojo y fantaseo con abrazos en la oscuridad. Con el abrigo de la piel de otro humano. Con compartir calor y sentirse valorado. Desearía poder hacerme un hueco en el corazón de alguien, poder descansar en él.
A veces fantaseo con no sentir nada y siento tanto… Quizás el problema está en desear demasiado. Quizás me he creado una necesidad irreal…no lo sé… ¿Cuánta falta hace el afecto humano?
Desearía que las cosas cambiaran y por una vez sentirme valorada… No sé si estoy dando vueltas en una rueda, estoy algo mareada.
Quizás no estoy valorando suficiente lo que tengo, tengo amigos buenos… Pero por las noches cuando las sombras me clavan las uñas sólo me tengo a mí misma y a veces siento que no es suficiente.
Pero es lo que tengo.
Quizás he divagado demasiado no lo sé. Temo caer en redundancia. Pero algo me dice que todo estará mejor cuando valore, como debo, tenerme a mí misma y esté más tranquila con la soledad.
Algún día el abrazarme no dolerá, y seré capaz de saber qué abrazos debo aceptar.
Por ahora he decidido empezar a cambiar mis conductas, porque aunque no debo culparme por lo ocurrido creo que debería ser más cauta. Debería tener más presente que mi visión de la realidad está distorsionada, como un viajero perdido en el desierto que en sus delirios de muerte persigue espejismos.
Mi pasado ha determinado mi forma de vivir las cosas, y debo tenerlo siempre presente para no caer en los vicios que me llevan a lo terrible.
Algún día abrazarme no dolerá.
Te lo prometo.
Algún día abrazarte no te dolerá.
Siempre hay una puerta, aunque parezca haber sólo ventanas. A veces las puertas están camufladas, mismo papel que la pared, misma textura, sin pomos ni picaportes, con la madera perfectamente cortada y pulida para que todo encaje a la perfección. Quizás debes tantear las paredes para encontrar la puerta, pero siempre la hay.
Relato de una paciente
Equipo JMI
#Nadietienemiedo
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