¿ESTAMOS LOCOS O QUÉ?
19/11/2022
¡Hola de nuevo!
Hace mucho tiempo que no subía nada a este blog, no por falta de ganas de hacerlo, pero sí quizás por la falta de conexión conmigo y, en consecuencia, con la persona que leyera lo que escribo. Quizás, sentir que iba a ser muy difícil reconectar con todo lo que siempre he querido transmitir, hacía más cuesta arriba la sensación de poder recuperar el sentido a escribir.
Pero os confesaré que, hace poco, se incorporó una persona nueva al proyecto que, con su afán de superación y su vocación por la psicología, el aprendizaje y, sobre todo, el entendimiento de la persona, me ha recordado, las ganas que siempre he tenido de querer hacer llegar a más personas, más allá de las que aquí acuden o han acudido a terapia, mi concepción de ayuda, de terapia, de paciente y el sentido que guía este trabajo diario.
Dicho esto, entro de lleno con el contenido de esta publicación. Hace aproximadamente un mes, nos preguntábamos, qué podíamos plantear en las redes sociales (contexto absolutamente desconocido para mí), que supusiera un acercamiento a más personas y que implicara la posibilidad de generar respuestas abiertas; opiniones individuales, concepciones más técnicas, creativas, absolutamente abstractas o, sin embargo, muy concretas, pero todas ellas válidas y desde luego, nutritivas para todos.
En ese momento, recordé una pregunta que durante muchos años se me había inculcado y guiado en mi trabajo en el Hospital de día: ¿Qué es la locura? Y es que, agradezco mucho que, tras varios años trabajando, nunca dejara de plantearse esta incógnita, porque me ayudó a ser la terapeuta que soy a día de hoy. El caso es que, dándole un par de vueltas a cómo podíamos empezar nuestro recorrido en las redes, trasladar esta cuestión, me pareció la mejor manera de acercaros nuestro proyecto. Por ello, planteamos: ¿Qué entendéis por locura? Resultado: se cumplió la misión. Recibimos respuestas de todos los tipos, basadas exclusivamente en lo que le sugería la pregunta a cada persona. Aquí dejo varias de las respuestas obtenidas: se trata de “no controlar una situación”, “hacer siempre lo mismo esperando que ocurra algo diferente”, “no controlarse a uno mismo”, “conducta fuera de los límites sociales”, “se dice a malas cuando uno no funciona acorde a la norma”, “un estado mental subjetivo imposible de medir, comparado con la belleza”, “si se gestiona bien se trata de una herramienta y no un obstáculo”, “algo que se puede confundir con ver la vida de una manera diferente”, “expresión poco habitual del alma y la inteligencia”.
Confesar aquí que no puedo estar más feliz de que las respuestas sean tan variadas, porque no creo que la locura pueda ser definida como si de algo ajeno a las personas se tratara. Como un concepto de diccionario, estático, como algo no condicionado por quien la describe.
Es cierto que, si lo reducimos a lo básico, «la locura» se ha concebido generalmente como algo negativo, al menos, la locura como condición, porque la acción de “hacer una locura”, en cambio, implica algo más atractivo, ¿lo valioso de hacer algo poco común, puede ser?. Tras este escueto análisis, voy a centrarme en el objetivo que se planteó en un inicio, que consistía en, acercarnos a las personas, conocer sus opiniones y corresponder dicho acercamiento, escribiendo sobre todo aquello que se había compartido.
Aún así, a pesar de trasladar, en su momento, una reflexión sobre todas las opiniones de las personas que participaron, sentí que se nos quedó corto, y pensé que se trataba de un tema lo suficientemente potente como para retomar las publicaciones del blog. Así que, saludos de nuevo, y vamos al lío.
En primer lugar, una de las cosas que más aparecía en las opiniones recibidas, tiene que ver con la dificultad de poner el límite entre lo que consideramos «locura» y «no locura». Parece que se difumina la línea entre lo diferente y lo que se considera locura como tal, aunque en varios casos fue concretado como aquello que está fuera de la norma. Hubo incluso quienes lo acotaron un poco más. Hablamos de locura cuando se habla “a malas” de aquello que no entra dentro de lo socialmente aceptado, haciendo referencia a una intención crítica por parte de la sociedad a lo no normalizado; y devolviendo una crítica que hace referencia a la incapacidad generalizada de analizar a las personas bajo un prisma de aceptación, curiosidad o, al menos, neutralidad. Dicho esto, cabe mencionar que, la locura “a buenas” (en relación a lo que se planteaba con anterioridad), no apareció entre las respuestas. Se entendió como algo más estable, menos espontáneo y menos ligado a la acción y su posible potencial.
En segundo lugar, retomamos el concepto histórico de «locura», como una condición que, no solo era juzgada, criticada y rechazada, sino que se trataba de un peligro para los demás. Algo que debía ser exterminado y/o apaciguado para mantener la tranquilidad y la armonía dentro de la sociedad (¿tu locura desestabiliza el colectivo?). Aunque es evidente que esta concepción ha variado notablemente, no puedo evitar subrayar que, los términos como rechazo y crítica siguen existiendo y, por ello, ofrecer otra posible visión de este concepto, se convierte en uno de nuestros muchos retos como profesionales (¿por lo menos que podamos elegir qué visión queremos darle, no?)
En tercer lugar, si hablamos de «locura», de una manera menos colectiva y más individualizada, retomando nuestro objetivo de buscar «respuestas personalizadas», el factor común de muchas de ellas, hablaba de una locura que conlleva daño. Daño a uno mismo, daño al otro. Daño a ese otro que implica, por inercia, daño a uno mismo (etc.). Lejos de entrar en este bucle por ahora, y con el propósito de irlo haciendo poco a poco más adelante, querría centrarme en una de las definiciones que más se repitió, que relaciona la locura con la falta de control.
Si soy sincera, no me atrevería a relacionar directamente la locura con la falta de control, pero como respuesta a la demanda que se plantea, me veo en la necesidad de compartir algo que, en mi día a día con pacientes, mantengo siempre. Si el paciente comienza a ser consciente de su funcionamiento y asume que es incapaz de controlar ciertas parcelas (aprovecho para añadir que suele ir relacionado con «emociones» y estas cositas, aunque no voy a adentrarme en ese jardín ahora, solo dejo el dato) y se esfuerza por mejorarse, se plantea objetivos y aprende a manejarse a sí mismo de una manera funcional, ¡quién soy yo para decidir eliminar «esas locuras»! Es más, ¡quién sería como terapeuta si no le ayudo a potenciarlas! Con esto quiero decir, que no considero locura y bienestar como algo incompatible. Sí difícil de lograr. Pero supongo que «disfrutar», «disfrutarse»..., son conceptos que siempre han regido mi trabajo. De hecho, y sigo mojándome un poquito más, confieso que mi respuesta favorita es la de «la locura bien gestionada puede ser una herramienta y no un obstáculo». ¡Maravilla! Hablamos de ser responsables de poder cambiar las cosas en nuestro beneficio. Qué poder, qué fantasía. Y visto así… qué carga más tediosa. Pero de nuevo, no me queda más remedio que hacer hincapié en la función de la terapia, como recurso para aprender a lidiar y gestionar esa carga. Suena un poco peliculero, pero nuestro trabajo tiene sentido si, ayudamos a convertir los obstáculos en herramientas, convertir las diferencias en trampolines y fomentar, poco a poco, una sociedad que acoja y cuide estos trampolines.
En definitiva y retomando sin guiones de película; si hablamos de la locura que hace daño, encontramos muchas descripciones que hablan de ella de una manera u otra. Pero ¿y si nos atrevemos a hablar de la locura que se disfruta? Pues hablaremos de algo que probablemente sea más ambiguo, más confuso e incluso es posible que, paradójicamente, nos dé más miedo. Pues lamento apostillar que, para hablar de locura disfrutable, tenemos que hablar de una locura ligada a la capacidad de autocontrol, al aprendizaje de herramientas de autocuidado y a muchas cosas más que nos resulta difícil relacionar con el término «locura». ¿Es posible que estemos hablando de una locura elegible?
En este punto, me veo obligada a poner encima de la mesa un tema menos agradable, pero para mí fundamental. Abrazar “la locura”, no implica justificar en ella comportamientos dañinos, no implica anclarse en el sentimiento de incomprensión. Es más, así solo estamos despreciando los potenciales de nuestra locura, convirtiéndola en excusa. Creo que es importante tener en cuenta que, una cosa es no saber qué hacer para cambiar y, otra muy distinta, es hacerse un «jaque mate» a la posibilidad de intentar hacer algo diferente y, por lo tanto, eximirnos de la responsabilidad de hacerlo.
Hay un margen de acción muy grande entre contarse a uno mismo que «es como es», guste o no guste , «es lo que hay»; primero, comprenderse y aceptar las propias dificultades, segundo, y, afrontar dichas dificultades con el fin de mejorarse, tercera y más potente opción. Se trata de una línea aparentemente fina, aunque si uno lo piensa, no tanto, que comienza en la auto-justificación y avanza hacia aceptación y la puesta en marcha de objetivos de cambio (solo o acompañado). Y aquí subrayo algo con lo que creo que algunas personas se pueden identificar; tampoco genera lo mismo plantearse unos objetivos de cambio basados en la aceptación, la comprensión y el cuidado de uno mismo, que plantearlos desde la auto-exigencia y el sometimiento por tener la sensación constante de estar al filo del fracaso. Aclaro que, a no tratarse así, también se aprende.
Y tras alargarme más de lo esperado, termino concretando el mensaje que he querido transmitir a lo largo de la publicación: ¿Qué sacamos de todo esto? ¿Entonces, estamos locos, o qué? ¿Eso es bueno, es malo? ¡¡Buenas noticias!! Cómo entendamos «la locura» y cómo queramos que forme parte de nuestra vida, depende de nosotros. Y si nos viene grande esta tarea y no sabemos cómo transformar la locura dañina en algo potencialmente disfrutable, pues ¡Aquí estamos! Para prestar atención a lo que no solemos atender, para aceptar aquello que nos asusta, para cuidar lo que normalmente rechazamos. Para acompañarnos y compartir la carga que implica este camino en el que, casi siempre, nos sentimos desprotegidos.
Equipo JMI
#Nadietienemiedo
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